Syriana
Este viernes he ido al cine a ver Syriana, la última película de George Clooney. Me ha gustado, a pesar de su enrevesada trama y de una escena muy repulsiva en la que un torturador le arranca las uñas al protagonista (he sido incapaz de mirar, me ha dado mucho repelús). La acción se desarrolla a varios niveles. Uno de ellos es el de un agente de la CIA, otro corresponde a un joven asesor económico, otro a un abogado de un prestigioso bufete y un cuarto nivel centrado en un joven musulmán que trabaja en el Golfo Pérsico y que es despedido tras la fusión de dos grandes petrolíferas.
La película es un poco difícil de seguir en algunos momentos. La trama política y económica se hace muy complicada, conviene estar atento. Por el contrario, el seguimiento que se hace del joven musulmán me ha parecido sencillo y llamativo. Su trama recorre el lavado de cerebro que se aplica a estos muchachos en algunas escuelas coránicas, hasta el extremo de meterles en el absurdo del terrorismo suicida. Las cuatro historias están relacionadas de algún modo, pues forman parte de un orden despiadado que se mueve al compás de los engranajes de los grandes intereses económicos y energéticos que existen en el mundo. Al menos me ha aliviado que la película no haga asomo de justificación sobre la trama del terrorista suicida.
Hay que decir que cada trama me ha parecido muy humana. Es de agradecer que los protagonistas de cada nivel -los que ya he citado- no resulten demonizados ni idealizados. Se muestran con sus defectos, con sus vida tal como son. En fin, es un interesante acercamiento a la realidad de cada ámbito en el que se desarrolla la existencia de los cuatro, hasta llegar a un final trágico, prácticamente encadenado.
Puestos a reflexionar más allá de los aspectos puramente cinematográficos, reconozco que la película me ha dejado una sensación triste, pues se hace duro comprobar hasta qué punto la vida, los principios, la ética, la familia y tantas cosas buenas pasan a un segundo plano ante la atracción del dinero, del poder y del fanatismo religioso. Pero donde digo tristeza no digo angustia. Llevo muchos años soñando con un mundo mejor y más justo. A lo mejor me paso de ingenuo o de idealista, pero sé que en mi mano está hacer algo por cambiar un poco esto, aunque sólo sea la pequeña parte que me toca (y con ayuda de Otro que puede más que yo), y no estoy dispuesto a quedarme de brazos cruzados.
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