Verdad y mentira
Precisamente, lo mismo que puede haber una aproximación filosófica y lógica a la verdad -digo esto sin miedo a que se me tache de racionalista, que tampoco lo soy-, también creo que puede haber no una aproximación, sino una identificación filosófica y lógica de la mentira.
A menudo resulta muy difícil distinguir una mentira de una verdad. En una sociedad de la información como la nuestra, en la que existen múltiples medios para difundir una falsedad, ésta puede llegar a hacerse creíble a los ojos y al entendimiento de mucha gente. Y aunque no se confirme del todo, siempre queda algo de la mentira, como rezan esos viejos dichos de "miente, que algo queda" o de "si el río suena es porque agua lleva". Internet, por ejemplo, al mismo tiempo que es la herramienta que permite difundir información con mayor rapidez, es también la que permite propagar las mentiras con mayor eficacia. Recuerdo un bulo que afirmaba, por ejemplo, que La Oreja de van Gogh era un grupo proetarra. Me lo envió una amiga hace cinco años, toda preocupada por la posibilidad de que aquello pudiese ser cierto. En seguida se lo desmentí, pero aún hoy, cinco años después, hay gente que sigue dudando y preguntando, de vez en cuando, sobre el hipotético carácter proetarra de ese grupo musical...
Para alguien que no conoce unos hechos o una realidad determinados, diferenciar una mentira de una verdad puede llegar a ser muy difícil. Hay, con todo, realidades más o menos cercanas en las que nuestra propia experiencia puede encontrar la respuesta a este dilema. Por ejemplo: si alguien nos dice una cosa de una persona conocida y esa cosa puede no ser cierta, basta con no darle credibilidad (aislar esa información por no ser creíble) o incluso consultarla a esa persona conocida para salir de dudas. Paradójicamente, esto no sucede a menudo. Una veces la prudencia y otras el temor a ofender con la duda nos impiden acceder, por un comprensible escrúpulo, a un contraste de testimonios que nos permita llegar a la verdad. Lo contradictorio es que esa prudencia y ese escrúpulo desaparezcan cuando llega la hora de reenviar a otros ese posible bulo que nos ha llegado. ¿Hasta qué punto podemos ser nosotros responsables de la difusión de una mentira? ¿Nos hemos parado a pensarlo alguna vez?
A menudo me he preguntado también qué mueve a alguien a difundir una falsedad sobre otra persona o sobre cualquier cosa. Puede tratarse de una confusión, de simples ganas de pensar mal de alguien por el que no se siente aprecio, de una venganza personal, de conseguir algún propósito concreto o -quiero pensar que es lo menos frecuente- de simples ganas de hacer daño. En todos los casos, se parta de donde se parta, el resultado es siempre el mismo: alguien acaba dañado, empezando por su honor y su buena imagen. Muchas amistades y buenas relaciones se han enterrado a causa de cosas así.
En algunos casos, la situación llega a desbordarse hasta convertirse en lo que hoy se conoce como "mobbing", una forma de acoso psicológico que ya se da no sólo en entornos laborales, sino también en otros ámbitos, incluso en la escuela (donde se conoce a este fenómeno como "bullying"), y que se produce con frecuencia como fruto de un ambiente enrarecido y envenenado por la difamación y el desprestigio de una sola persona a manos de compañeros de su entorno, y que puede ir acompañada de otras prácticas. En estos casos, al menos, puede resultar más o menos sencillo identificar al acosador o acosadores que impulsan estos comportamientos, ya que a cuanta más gente tratan de llegar para hacerla partícipe de sus prácticas, más pruebas van dejando de sus difamaciones, y más riesgo corren de que alguien no quiera acceder a colaborar en ese acoso y acabe por descubrir el origen del mobbing. Como decía Eleonora Dose, "el mayor peligro de engañar a los demás está en que uno acaba, inevitablemente, por engañarse a sí mismo". Esta última fase del mobbing, que sería su desarticulación, es lo que los especialistas llaman "recuperación".
Tal vez sea éste el reto lógico y filosófico que nos debe impulsar en nuestra sociedad de la información: la recuperación de la verdad, algo que no es necesariamente lo que algunos disfrazan con ropajes ideológicos o con afirmaciones dogmáticas, sino el propósito de afrontar la realidad dejando al margen cualquier intención de engañarse -o engañar a otros- por intereses, prejuícios u otros motivos.
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