Libertad
En mi entorno, como en tu entorno y en el de todas las personas que te rodean y que me rodean a mí, la libertad ha sido una constante en la vida. Cuando éramos niños y adolescentes queríamos poseerla, pero teníamos que luchar por ella, obteniendo porciones de libertad a medida que íbamos adquiriendo cuotas de responsabilidad. Con el paso de los años, nos dimos cuenta de que uno es más libre a la vez que se hace más responsable de sus actos, al tiempo que conoce con más detalle la realidad no sólo de cada elección que se nos presenta en la vida, sino también de las consecuencias de ese encuentro entre nuestra educación y la realidad.
Por desgracia, estos conceptos están siendo usurpados por una deconstrucción cultural que está generando una manifiesta incapacidad para entender la libertad, porque tampoco permite entender la idea de responsabilidad. La libertad está quedando adulterada y reducida a una mera reactividad de los instintos frente a la realidad, a un acto reflejo frente a los hechos y acontecimientos que afrontamos, a un rebote constante con nuestro entorno, como consecuencia de la falta de referencias -de una recta educación- para poder dar respuestas racionales y razonables a lo que nos encontramos en la vida. La libertad queda finalmente reducida a una simple capacidad de elegir, aunque a menudo ni siquiera alcancemos a saber qué es lo que escogemos.
He visto a menudo las situaciones que provoca esta falsa concepción de la libertad en los diversos foros de debate en los que he participado. Hoy en día se invoca la libertad incluso para insultar y para violentar a los demás, humillarles o calumniarles, sin querer asumir siquiera las consecuencias de esta agresión contra la integridad moral del insultado. Aunque estas consecuencias actúen también sobre el que ofende, éste sigue siendo incapaz de reconocer su responsabilidad.
Paradójicamente, quienes nos movemos con unos planteamientos fundamentados en una educación bien definida y abiertos al razonamiento pero inmunes a la simple provocación, a la pura reactividad, a los "porque sí" o a los "porque lo digo yo", somos tachados de dictadores, de integristas y de cosas peores. Ante individuos que son incapaces de definir con claridad la razón y la lógica utilizadas -o incluso olvidadas- a la hora de hacer una elección, la presencia de una relación consciente con la realidad, de una respuesta racional y razonable a los hechos que afrontamos, acaba por resultar insoportable para aquéllos. La ignorancia, entonces, deriva en uno de sus frutos más habituales, que es matar la libertad, como consecuencia de la negativa a aceptar toda experiencia o planteamiento que no se adapte a los esquemas ideológicos, moralistas o relativistas del sujeto.
Finalmente ocurre lo habitual ante la incapacidad de ofrecer una respuesta satisfactoria a los hechos desde el planteamiento dogmático de la ideología, del moralismo o del relativismo, que suelen plegar la realidad a sus tesis en vez de proporcionar respuestas a la realidad desde la razón o desde el corazón. La libertad entonces cede el paso a un simple acto de poder, en el que "tiene razón" no el que dispone de mejores argumentos o el que hace un mejor uso de la lógica o de su entendimiento, sino el que tiene más fuerza, sea por la violencia o por el número. Se estigmatiza al que no se pliega a ese planteamiento basado en la fuerza, y se le intenta someter con métodos ajenos al diálogo para que se amolde a la mentalidad reinante: desde el desprestigio hasta la censura y la violencia, pasando por la calumnia y el acoso. ¿Cómo no identificar estos signos a nuestro alrededor?
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